viernes, 14 de diciembre de 2007

Barca de Dante (Eugéne Delacroix, 1822)

Eugène Delacroix, en 1816, entró a formar parte del taller de Guerin, un clasicista ilustrado, cuyas enseñanzas habían recibido muchos de los representantes del romanticismo (Gericault, los hermanos Scheffer, Gogniet y Champmartin). Delacroix extrajo mayor provecho de su ejercicio personal en el Louvre que de las lecciones de Guerin, donde copiaba sobre todo obras de Rubens y de Veronés. Su amigo Soulier y, más tarde, el pintor inglés Bonington, le dieron a conocer la técnica de la acuarela y el método inglés de la utilización del color.

Este cuadro es un óleo sobre lienzo pintado en 1822. Pertenece al Romaticismo Francés, movimiento que rescata la pasión por la edad media, muerta desde el siglo XVI.

La obra se basa en La divina comedia del poeta italiano medieval Dante, concretamente en el episodio en el que este último, acompañado de Virgilio, viaja al infierno y al purgatorio.
En la imagen, el poeta, con un manto blanco verdoso y capucha roja, permanece de pie sobre el extremo izquierdo del bote de camino al infierno. En el quinto nivel del Averno, donde penan los coléricos, Dante tiene que cruzar la laguna Estigia, un río subterráneo de aguas turbias, para llegar a la ciudad infernal de Dite que se encuentra en llamas en la mitad superior izquierda, al fondo del lienzo. Ver a compatriotas florentinos, revolcándose en el pozo sin fondo le provoca una profunda impresión y un fuerte sentimiento de empatía.

Precisamente, las figuras escorzadas de los condenados están iluminadas por un potente foco de que deja en penumbra a los literatos. En esos condenados existe cierta influencia de miguel Ángel y Rubens en sus robustas y escorzadas musculaturas. Como en busca de apoyo, Dante alarga el brazo izquierdo hacia la figura central, el antiguo poeta romano Virgilio, que le guía a través de su viaje en el infierno y purgatorio. Ataviado con una capa marrón y coronado con laurel, Virgilio desprende serenidad y compostura. La barca la conduce el barquero Caronte, con torso musculado y su capa azul ondeando en la tormenta luchando por salir adelante con la embarcación. Observamos los cuerpos retorcidos de los condenados irradian desesperación existencial y sufrimiento animal. como iluminados por un foco. Los contrastes entre luz y oscuridad juegan por encima de las figuras y dibujan sus contornos en acusado relieve.
Sin embargo, encontramos al mejor Delacroix en cuanto a la expresividad de los personajes, sobre todo la figura que se agarra a la barca con los dientes. Los gruesos paños ondeados al viento ponen la nota de color en una escena dominada por las tonalidades oscuras. El ambiente infernal ha sido perfectamente logrado a pesar de cierta teatralidad. El movimiento de las figuras desnudas nos muestra la desesperación humana en su límite, estado que atraía mucho a Delacroix.

Los críticos la compararon con La balsa de la Medusa de Géricault (a la izquierda). La composición es más tradicional respecto a la de Géricault, ya que vuelve a esquemas clásicos y se cierra sobre sí misma como en paréntesis. Así la composición tiene un carácter clasicista, pero llena de romanticismo en el pathos. Aquí ya no hay restos de las enseñanzas de dibujo de Guérin, sino que vemos un riguroso estudio del color. También es de gran interés el estudio de las gotas de agua en al colisionar éstas con el casco de la barca.
Como anécdota indicaremos que Cézanne hacia 1870 pintó una réplica del lienzo de Delacroix.

El cuadro fue presentado en el salón de Paris de 1822, lo hizo con la esperanza de que las poderosas figuras, su expresión de profundo tormento psicológico y la espléndida y suntuosa paleta de colores causaran una honda impresión en el público. Delacroix buscaba triunfar en los Salones oficiales para ver así conseguido cierto prestigio social y económico. De esta forma, también pretendía alejarse del academicismo imperante en aquellos momentos.

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